domingo, 22 de noviembre de 2009

Horario Genético (1er lugar "Concurso Literario Las Horas")

Los minutos pasaban y mis horas de vida parecían tan cortas que me daba terror intentar contarlas.


Sentía las agujas del reloj moviéndose lentamente. El “tic-tac” me mataba lentamente el alma. Hasta que tomé fuerzas, dejé mi cobardía de lado y lo miré con desdén… Las agujas seguían ahí, moviéndose cada segundo más lento, atacándome, gritando mis horas de vida como un predicador en la calle, tratando de correr estúpidamente para simplemente marcar otro segundo, otro minuto, otra hora, algo prácticamente… indescriptible. ¿Cómo algo tan simple me podía estar volviendo loco?


Decidí intentar dormir. Me acosté en ese incómodo sillón beige, puse un cojín bajo mi nuca, volví a mirar el reloj, y rendido, mis párpados cayeron.


Desperté aturdido, no sabía donde estaba, era un desierto… Casi desierto. Había algo a la lejanía. En realidad parecían varias cosas. Decidido, me encaminé a ver que me esperaba…
Había… relojes… muchos relojes… y parecían agua, ya que se derretían.
Esa imagen me parecía muy familiar… La había visto en alguna parte. Pero lo más extraño es que todos los relojes mostraban la misma hora, 18:57.
Hacía mucho calor así que supuse que eso hacía que los relojes se derritieran, pero al acercarme y tocar uno estaba totalmente congelado. Me asusté. Corrí desesperadamente a buscar auxilio y no había nadie ni nada. Seguí corriendo y lo único que logré fue comenzar a escuchar un estrepitoso “tic-tac” en mi cabeza mareada. Continué corriendo, ahora más rápido para escapar de ese aterrador sonido y aquel se hacía cada paso más fuerte. Me rendí al asqueroso sonido y caí en la arena ya mojada por mis miles de lágrimas. El “tic-tac” seguía ahí avisándome que las horas seguían pasando. Horas malditas que marcaban mi muerte.



Miré a mí alrededor, seguía sin haber nada y el sonido se hacía cada vez más fuerte. Me desesperaba aún más hasta que mis manos se trasladaron del cálido suelo a mis frías orejas sin pensarlo. El sonido se enmudeció de repente y mis manos volvieron al piso, no entendía la situación a la perfección. Es decir, sabía lo que estaba pasando pero no sabía porque.
Decidí pararme y… caminar, supongo.



El sol me quemaba la piel y mi cuero cabelludo, me comenzaba a doler.
Caminé bastante hasta que vi un cerro. Era hermoso porque, a diferencia del desierto, tenía vegetación, flores hermosas, que dudo que alguna vez hayan sido vistas. Me acerqué lentamente y, con mucho cuidado, arranqué la primera flor que cruzó por mi camino, la tomé y la llevé a mi rostro para apreciar su olor…”tic-tac” sonó. Miré la flor de reojo y dentro de ella había agujas… y se movían esquizofrénicamente al ritmo del reloj.

-        
         - ¿Qué pasa aquí?! – grité mientras arrojaba la demoniaca flor lejos de mi, y corrí como nunca mientras gritaba aterrado.


Abrí los ojos de golpe y estaba en aquella misma sala en la que me había dormido. Tenía sudor en la frente y mi corazón se agitaba tan rápido que pensé que se saldría de mi pecho. Miré el reloj con desgana, no quería hacerlo pero debía. Eran las 18:57, la hora, la asquerosa hora que marcaban los relojes derretidos. ¿Qué pasaba aquí? ¿Acaso estaba soñando de nuevo?


Me froté los ojos para ver si mi vista estaba bien, miré el reloj y sí, lo estaba, veía perfectamente bien aquellas agujas escapando de un lado a otro marcando puercos segundos. Me pegué levemente en mi mejilla izquierda para despertarme en el caso que estuviera durmiendo… No, no lo estaba. Mis manos alteradas se dirigieron rápidamente a mi cabello y lo desordenaron mientras me agachaba cada vez más mirando el piso con los ojos abiertos como platos…
-         
         - ¿Qué me está pasando?! – grité frenéticamente mientras me erguía y bajaba los brazos.


Me dejé caer en el piso helado y no supe más del mundo.


Escuché una tranquila voz que trataba tímidamente de despertarme, o más bien de que reaccionara. Me meció un par de veces y abrí los ojos violentamente. La chica, más bien guapa, me tranquilizó y me dijo que era la hora. ¿Hora de que?
-        
        - Acompáñeme señor… No recuerdo su apellido, ¿me lo podría repetir por favor? –


No reaccionaba, simplemente caminaba mirando aquel punto fijo que era esa habitación. Ni siquiera me podía concentrar para mirar esas caderas perfectas que seguramente se movían de un lado a otro con aquella falda perfecta. Simplemente pensaba en lo que me esperaba, y el temor que sentía.


Entré tan nervioso que mis palpitares se podían sentir a kilómetros. Me vistieron con ropas azules que se mojaron enseguida por mi sudor frío. Me acerqué a aquella camilla con los ojos cerrados y al abrirlos me encontré con la mano de mi novia, quería que la sujetara y así lo hice. Su mano estaba caliente, pero no pude evitar sentir una sensación de relajo.


Cerré los ojos y de un momento a otro sentí el grito de mi amadísima acompañado de un grito ajeno, sonaba como… Un bebé. Abrí los ojos lentamente y miré como el pequeño (o pequeña) era limpiado y dejado en los brazos de su madre. Madre. Solté una lágrima desierta que limpié con mi antebrazo.
-         Es una niña muy sana, han hecho bien -, dijo el doctor con un destello en su mirada.
Me acerqué cuidadosamente a mi novia, le besé los labios. Me aproximé a mi pequeña y le susurré a su delicado oído:
-         
        - Eras mi muerte, y ahora no me puedes sentar mejor –


Miré la hora y la memoricé. La mejor hora de mi vida, la hora en que mi vida comenzó.

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